SIN
TEMOR A SEGUIR ADELANTE
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UPB
Por: Helin Mestra Hernández
En medio del jolgorio, risas y gritos comienza su
labor Eduardo Enrique Santos Castillo, cuando apenas son las cinco de la
madrugada sale de su casa en una bicicleta con una canastilla donde transporta
los pescados para vender , este señor lleva más de dieciséis años vendiendo en
el Pueblo Pescado a orillas del río Sinú por la treinta y ocho con primera,
nombre que hace referencia a los diferentes puestos de venta que allí se
encuentran, a pesar de aparentar ser una persona delicada cuando grita
·pescado, pacora, bagre, boca chico, cachama bien fresquitos· percibes con su
timbre de voz todo lo contrario, su entusiasmo hace que sin duda alguna los que
se encuentren lejos de él lleguen a comprarle.
Aunque Eduardo Enrique se siente satisfecho con el
trabajo diario, desde pequeño su sueño era tener una ferretería pequeña ya que
siempre quiso lidiar con madera, pero el destino lo trajo a Montería dejando a
San Pedro de Urabá su pueblo natal, allí fue donde aprendió a criar cerdo,
gallina, patos y a ordeñar tres vacas que en un futuro serían la inversión de
sus sueños, pero la realidad comenzó desde el veinte de febrero del 1995 cuando
llegaron grupos armados ilegales desalojando a los habitantes del Congo una
vereda del pueblo Urabeño, dejando sus pertenencias y la casa donde creció y compartió
con su familia a lado de su esposa Yenis Guerrero Galindo y sus tres hijos
Carlos Mario, Iván y Jonathan que hoy en día han luchado por superar los
obstáculos que les presentó la vida.
Hoy en día una lata amarilla es cómplice y testigo
del esfuerzo que a diario hace junto a su esposa, de moneda en moneda se van
llenando los sueños y la esperanza de recuperar aquella felicidad que un día se
extravió en olvido, sus hijos son la inspiración de la lucha y la perseverancia
y aunque en ocasiones llega con el dinero para la comida, la alcancía detiene su peso pero este no
desfallece y al día siguiente continua emprendiendo su labor.
La vida muchas veces transforma repentinamente las
metas propuestas y la costumbre de lidiar día a día con el olor del campo y el
caraqueo de las gallinas son el recuerdo de un pasado escrito en la memoria.